En mi juventud solía intercambiar opiniones con un escultor, padre de una amiga mía, quien sostenía que desde los griegos no había nada nuevo bajo el sol. Yo no entendía ni aceptaba esa afirmación. Yo era un estudiante de teatro por aquella época y sentía una gran motivación por cambiar no solo la sociedad, si no también el arte imperante. Yo no podía aceptar semejante afirmación, porque me robaba las ilusiones.
No sé si en estos 2500 años que han transcurrido, se han creado cosas nuevas, pero de lo que sí estoy seguro, es que la base fundamental que constituye la sociedad y el arte de este tiempo, tiene el inicio en la Grecia clásica. Nada de lo que existe sería posible sin esa sociedad que estableció los fundamentos de todo lo que vino después. Desde la democracia, pasando por las bases que sentó Aristóteles en su “Poética” para el teatro, la filosofía, etc.
Si nos referimos al teatro, con el desprendimiento del coro de un actor, luego dos y más tarde tres, se crean los protagonistas y antagonistas, se sientan las bases del conflicto como núcleo teatral y motor de la dramaturgia, se define al héroe trágico como alguien que recorre un camino que no debe ser de lo malo a lo bueno sino a la inversa: de lo bueno a lo malo. No por vicio o depravación sino por algún error de juicio. Este error, o “hamartia”, se refiere a una falla en el personaje del héroe, o un error cometido por el personaje.
También se crea la unidad de acción, tiempo y lugar, y se crea el concepto de desarrollo dramático con la exposición, las acciones que van creciendo hasta alcanzar el punto álgido, la caída y la catástrofe.
Todo el teatro desde entonces hasta nuestros tiempos sería impensable sin estos elementos.
La función del teatro era promover una limpieza o “catarsis” en el espectador, que lo alejara de las emociones perniciosas a través del horror y el espanto que le provocaba observar las decadencia del héroe trágico. El teatro como correctivo social.
Con estos criterios se crearon infinidad de dramas. Obras como “Hamlet” de Shakespeare, “Casa de muñecas” de Ibsen o “Un tranvía llamado deseo” de Tennessee Williams, están construidas en su mayor parte con estos parámetros.
Esto en cuanto al teatro ilusionista. Sin embargo, si nos referimos al teatro épico que luego sintetizara y profundizara Bertolt Brecht, encontraremos también los fundamentos en el teatro de la vieja Atenas. El coro comentando lo que sucede en escena, la inexistencia de la cuarta pared, ya que el coro se dirigía en muchos pasajes directamente al público, la interpretación con máscaras reprimiendo las emociones de los personajes y los coturnos produciendo un extrañamiento, son los elementos que Brecht definiría como épicos, ya que producen un distanciamiento que evita que el espectador se sumerja de lleno en las emociones de los personajes. La tragedia griega no pretende en ningún momento crear en el espectador la ilusión de estar espiando por la cerradura de la puerta. Por el contrario, declara al teatro como tal, sin pretender lograr una copia formal de la realidad.
Entre las pocas tragedias de las que tenemos conocimientos, ya que la gran parte se han perdido, creo que el “Edipo rey” de Sófocles es la más representativa.
El rey Edipo vive con su esposa Yocasta en Tebas. Al comenzar la obra, una peste azota la ciudad. Tras consultar al oráculo de Delfos, le comunican a Edipo que para terminar con ella, será necesario esclarecer el crimen de Layo, antiguo rey de Tebas y marido de Yocasta, su actual esposa. Edipo encabeza la investigación, donde son citados diveras personas que aportan pistas que conducen al esclarecimiento del acto criminal. Edipo concluye que el asesino ha sido él mismo, ya que por una discusión de tráfico en el cruce de dos caminos, él mató a Layo, sin saber que se trataba de su padre. Tras enterarse que una profecía decía que Edipo mataría a su padre y se casaría con su madre, sus padres se habían deshecho de su hijo. Al enterarse de la verdad, Yocasta se ahorca y Edipo se ciega a sí mismo marchándose al destierro.
Si antes mencionábamos las bases fundamentales que había sentado la tragedia griega para el teatro universal, que decir acerca de la obra de Sófocles. En primer lugar se transforma en precursora de la literatura policial. El menos sospechoso de ser el criminal es quien investiga el delito. Todos los elementos de la novela policial se encuentran condensados en esta obra de 2500 años de antigüedad: un muerto en la primera escena, un investigador o detective, pistas y móviles disímiles que conducen a sospechosos que terminan no siendo los culpables, testigos que se niegan a declarar, etc. Finalmente, la gran sorpresa es que de la persona que menos se sospechaba, el detective, es el autor del crimen. Edipo descubre que es en realidad, quien pretendía no ser. Cuando por fin termina con su ceguera, se arranca los ojos. El ciego ve, lo que antes no veía quién gozaba de la visión.
El Edipo rey de Sófocles sienta las bases también del psicoanálisis moderno creado por Sigmund Freud. Este llamó “Complejo de Edipo” a los sentimientos y deseos ambivalentes del niño hacia sus padres durante la fase fálica. El enamoramiento inconsciente de los niños en su progenitor de sexo opuesto, produce a su vez una rivalidad con la parte de sus padres que lleva el mismo sexo. Se trata, según Freud, de los deseos inconscientes y reprimidos de incesto y parricidio. En la teoría freudiana, el complejo de Edipo se convierte en el eje central estructurante del aparato psíquico. Para resolverlo, se forma el superyó (que podemos entender como “la autoridad de los padres interiorizados”) y, si todo marcha bien, se accederá a una adultez plena.
Otra cosa que llama la atención en Edipo es su resolución a esclarecer el caso, incluso cuando comienza a sospechar que puede enterarse de hechos más que incómodos para él. Es lo que Lacan llama “el deseo del saber”. Una metáfora que se puede aplicar tanto a los individuos como a las sociedades. La conexión con el pasado, con el origen, es la búsqueda de la identidad. Edipo estaba viviendo con una identidad falsa y quiere encontrar la verdad, aunque ésta sea incómoda.
Por último el “Edipo rey” sienta las bases de una discusión filosófica que perdura hasta nuestros días. ¿Cuánto hay en un individuo de determinación propia y cuánto de determinación ajena? ¿Puede el individuo trazar a partir de su voluntad su propio destino, o son las condiciones en las que nace, se desarrolla y vive, quienes le trazan el destino?