Por alguna extraña razón, que hasta ahora no podía explicarme, esta obra viene ejerciendo a lo largo de toda mi vida una gran fascinación. Aseguro que no es por la famosa película. Es la obra en sí.
Hoy, después de muchos años, creo tener una respuesta que en parte calma mi curiosidad. Lo que me fascina es que ninguno de los personajes puede ser encasillado como héroe o como villano. Nada más. Y nada menos.
Si pienso por un momento en otras obras que amo profundamente, esto sería más difícil. En „Hamlet“ se produce una identificación por parte del espectador con el personaje, víctima de un sistema opresivo y corrupto. En „Casa de muñecas“ se necesita un segundo análisis más minucioso, para comprender que no es solo Helmer quien oprime a Nora, si no que ella es parte de ese juego. Uno puede hacer mucho esfuerzo por mostrar esto, sin embargo, al final de la obra, Nora será la heroína que logró liberarse de la opresión de su marido.
En „el tranvía“, sería muy difícil tomar partido por alguno de sus personajes. Recuerdo haber leído un análisis, donde se decía que el mundo literario sigue discutiendo acerca de cuál es el personaje que goza de las simpatías del autor, como si esto fuera un presupuesto de la literatura. Aprendí con el tiempo que la buena dramaturgia es aquella en la que los personajes son presentados con todos sus claroscuros, sus contradicciones, sus aciertos y equívocos. Y todos por igual.
En la obra de la que nos ocupamos, se enfrentan dos mundos completamente distintos, y aparentemente irreconciliables. Blanche representa la aristocracia del sur, decadente, bella y cultivada. Stanley representa a la segunda generación de inmigrantes europeos, orgullosos de la tierra en que les tocó vivir, rudo, proletario y terrenal.
Blanche es poesía. Stanley, prosa. Blanche es surrealismo. Stanley, realismo.
Blanche busca la estética, Stanley lo práctico. Blanche vive orientada al pasado, Stanley al presente. Blanche crea un mundo de fantasía, mientras que Stanley reconoce al mundo tan solo en su materialidad.
En el medio de los dos, Stella, intentando terciar. Protege a su hermana, y protege a su marido. Intenta poner parches donde surgen heridas profundas, pero en ningún momento consigue contener la hemorragia. Stella no opta por un corte radical, no acciona, no toma la iniciativa. Ella reacciona cuando los problemas ya están carcomiendo la paz del hogar que ella comparte con su marido.
No hay prácticamente ningún momento en la obra, donde uno tiene la sensación en que Blanche y Stanley intenten comprender al otro, de buscar una vía que fomente la comunicación. Los dos pretenden que el otro se incorpore al mundo en el que cada uno vive. No hay curiosidad, no hay un encuentro de tú a tú. Hay un juzgamiento del otro, donde se invalidan mutuamente como seres humanos.
Además de lo mencionado, los dos vienen con una mochila que no es tolerada por el otro. Ella perdió la finca familiar, que constituía también la herencia de Stella y por lo tanto también de su marido. En su afán de gustar, de tener reconocimiento, terminó durmiendo con una cantidad de soldados, por lo que fue expulsada de su puesto de profesora y del pueblo. Lo primero la invalida como familiar. Lo segundo como mujer. En el mundo de Stanley no existen atenuantes. No existen las causas, existen solo los hechos.
En el caso de Stanley, y a los ojos de Blanche, él no pudo darle un hogar digno a su hermana. Viven como las ratas en un lugar abominable de New Orleans. Es tosco y sin modales. Insensible, elemental y machista. Un vulgar polaco sin instrucción y maltratador.
Ella le infringe heridas que él no podrá superar. Él le infringe heridas que ella no podrá superar. Stella no puede amortiguar, terciar, y menos cortar de cuajo aquellas agresiones.
Blanche vive como una traición que su hermana se haya desprendido de su origen aristocrático, y declare haber encontrado la felicidad en la pobreza con una bestia como marido. Stella no entiende que su hermana ponga su felicidad en tela de juicio, porque ella no anhela ya lo que tuvo antaño.
¿Entonces, con quién puede identificarse el espectador? Tennessee Williams nos plantea una situación de irreconciabilidad, donde todas las partes por igual aportan para que todo vaya a peor. Y a pesar de esto, nos vamos involucrando emocionalmente con los personajes, los comprendemos, los terminamos queriendo, nos identificamos y sufrimos con ellos. Esto es teatro del mejor, porque es el que más se parece a la vida. No desde un punto de vista naturalista. Si no desde la psicología del ser humano. De nuestras contradicciones y ambivalencias.
Al final de la obra, en esa brutal puja entre Blanche y Stanley, aparentemente gana él. Blanche es recogida para ser internada en un manicomio. En principio, la calma podría volver al hogar de la pareja. ¿Pero es posible esto? ¿Es posible que Stella le perdone a su marido haberse desprendido así de su hermana? ¿Es posible que Stella viva sin remordimientos por haber sido cómplice de la acción de su marido, aunque sea por no haberla impedido? ¿Es posible para Stanley vivir sin remordimientos? ¿Vivir la vida con Stella, como si aquí no hubiera pasado nada?
El autor provoca que despreciemos a Blanche por inventarse permanentemente una realidad que no existe. Y justamente por eso la queremos. El autor provoca que rechacemos a Stanley por su obcecado realismo, y sin embargo por eso mismo lo queremos. Y el autor provoca nuestra simpatía con Stella por conservar la calma cuando las situaciones llegan al límite. Y justamente por eso la condenamos. Por no poner más límites a su marido ni a su hermana. Los enfrenta en momentos puntuales, pero siempre da marcha atrás.
Tennessee Williams nos acerca tres mundos disímiles, produce nuestra comprensión y nos impide tomar partido. La mejor manera de llevar la vida al teatro, y el teatro a la vida.