Después de algunas puestas en escena que habían llamado la atención en la escena independiente de Munich, algunos teatros oficiales se interesaron por mi trabajo. El primero de ellos fue el LTT de Tubinga. Allí puse „Schule mit Clowns“ de Waechter, que fue un gran éxito de público como de crítica.
Mi próxima puesta fue en la ciudad de Bruchsal, y el trabajo que hice creo que no fue bueno. Es muy difícil discernir a posteriori a que se debe que una puesta en escena no salga bien. Por supuesto que el primer responsable siempre es el director, pero porqué he tenido buenas ideas para una obra y para la siguiente no, sigue siendo una intriga para mí. En todo caso esta puesta, „Das Märchen von starken Hans“ no obtuvo un resultado del que yo pudiera estar orgulloso. Yo creo que para que una puesta salga bien se deben reunir un gran número de factores. El espíritu que reina en la ciudad y el teatro siempre fue fundamental para mí. En segundo lugar la obra y la relación que el director establece con ella, el nivel de enamoramiento y de inspiración que le produce y desde ya, el elenco y sobre todo la química que se produce entre el director y los actores. Todo esto es muy difícil de prever y menos de forzar. Yo recuerdo que cuando llegaba a Tubinga, mi corazón rebozaba de felicidad, en cambio, al arribar a Bruchsal mi depresión iba en aumento.
En aquel momento todavía esperaba con ansiedad las críticas. En realidad, „la crítica“, porque si bien había algunas en los periódicos locales, de la que realmente estábamos pendientes, era la del „Stuttgarter Zeitung“ de Manfred Jahnke. Éste señor se había constituido en el gurú de la crítica teatral especializado en teatro para jóvenes. El periódico para el que escribía era el más importante y no solo se leía en el estado de Baden Württemberg, si no también a nivel nacional. Manfred Jahnke tenía el poder de encaramarlo a uno a la cima o podía expedir tu certificado de defunción profesional, ese era por lo menos el sentir de la gente de teatro.
Los titulares de las malas críticas son las que yo me acuerdo de memoria a través de los años, nunca pude retener las buenas. Cuando finalmente me llegó el texto, se me nublaron los ojos. „A Marcelo Díaz, quien había llegado a Baden Württemberg como una gran esperanza, los teatros se lo pasan de mano en mano sin que deje huellas“. Manfred Jahnke me había expedido el certificado de defunción profesional. Al día siguiente, después de comer, comencé a sentir algo en el estómago que no conocía, algo así como un fuego que me quemaba las entrañas. Se trataba de acidez, una dolencia que me aquejó persistentemente durante aquélla época y que en mi caso se trataba de una enfermedad eminentemente profesional.
Yo podía entender que al crítico no le había gustado mi trabajo, pero que me decreten la invalidez artística en relación con lo visto en un espectáculo, es muy duro, más teniendo en cuenta que el crítico había visto dos espectáculos míos, la producción que estamos tratando y antes, „Schule mit clowns“ en Tubinga, que había criticado muy positivamente.
Más tarde, el elenco coincidió con Manfred Jahnke en un encuentro de teatro de la región. Requerido acerca de porqué había escrito aquél titular y qué obras había visto mías para llegar a esa conclusión, él enumeró una serie de títulos que no habían sido dirigidas por mí. Simplemente se había confundido.
Unos años más tarde dirigí en el LTT de Tubinga „Kindergeschichten“ de Peter Bichsel. Esta puesta en escena representó mi gran despegue artístico, ya que no solo representó un gran éxito, si no que obtuve un gran reconocimiento departe de la escena teatral y fue invitada al primer encuentro de teatro joven de Berlin. Quien había propuesto la obra, había sido Manfred Jahnke, quien además me haría un reportaje.
Mi encuentro con él fue agradable y distendido. Yo me sentía seguro, Dios me había elevado a la calidad de apóstol. Cuando le recordé su crítica a mi puesta en Bruchsal se sonrió y me pidió disculpas.
Gracias a Manfred Jahnke viví los dos momentos más extremos en mi vida teatral: la derrota más lastimosa y el éxito más arrollador. En efecto, en Berlin fui celebrado como el gran descubrimiento entre los directores jóvenes.
Con el tiempo aprendí que las críticas no son tan importantes como yo pensaba en aquélla época.
Prefiero las críticas positivas a las malas. De lo que sí estoy seguro, es que en ningún caso la crítica vale como para desencadenar aquella acidez que luego se transformó en una gastritis, porque siempre y en todos los casos, se trata de una opinión particular de una persona que también tiene un mal día, un gusto propio o se deja influenciar por la reacción de los espectadores.
También aprendí que nunca seré tan malo como dice la crítica, ni tan bueno cuando me elogian. En algunas ocasiones, las críticas nos pueden hacer notar aspectos que de alguna manera sabíamos o sospechábamos de nuestra propia puesta. Por lo general, no lo podemos notar en el momento, ya que todo es muy reciente y emocional. Tal vez, más adelante, pueda ayudar. En la mayoría de los casos, he tenido para una misma puesta, críticas positivas y otras negativas. ¿Cuál de las dos tendría razón? Muchas veces destacaban aspectos muy distintos de la puesta, o si se trataba del mismo, a unos les parecía bien y a los otros mal. Subjetividad y más subjetividad.