García Lorca, antes de haber sido dramaturgo, había sido poeta. Su pasión por el teatro le llegó más tarde, pero no le abandonó hasta el día de su muerte.
Cuando emigró de Granada a Madrid en 1919, se hospedó en la residencia universitaria, donde conoció y frecuentó a muchos estudiantes que influyeron notablemente en él como Luis Buñuel, Rafael Alberti y Salvador Dalí.
Lorca comenzó a interesarse cada vez más por la realidad española, hasta sentir que desde el teatro podía sensibilizar más a la gente. Es así que años más tarde forma la compañía itinerante de teatro „La Barraca“, que con apoyo estatal recorría los pueblos de España, llevando los grandes autores clásicos como Calderón de la Barca, Cervantes y Lope de Vega a un auditorio simple, que al aire libre, se reunían para disfrutar sus propios clásicos. Se trataba de estudiantes de Madrid que armaban un escenario cada día en un pueblo diferente, y viajaban en camión. Este hecho ha influido mucho en su concepción del teatro. Su dramaturgia, sus historias, no salen de su cabeza, si no de los pueblos de España, de historias que él vivió de cerca, que leyó en los periódicos o que le fueron relatadas.
A pesar de haber estado siempre rodeado de los mayores artistas e intelectuales de la época, sus historias se nutrían de las aldeas que él había conocido en su Granada rural, o de los pueblos con señoras vestidas de negro, con pañuelos en la cabeza, y de trabajadores de piel curtida.
Según Lorca, „El teatro es una escuela de llanto y de risa, y una tribuna libre donde los hombres pueden poner en evidencia morales viejas o equívocas, y explicar con ejemplos vivos normas eternas del corazón y del sentimiento del hombre.“
Él estaba convencido de la importancia del teatro en la sociedad. En una charla sobre teatro, Lorca dijo:
„Un pueblo que no ayuda y no fomenta su teatro, si no está muerto, está moribundo; como el teatro que no recoge el latido social, el latido histórico, el drama de sus gentes y el color genuino de su paisaje y de su espíritu, con risa o con lágrimas, no tiene derecho a llamarse teatro, sino sala de juego o sitio para hacer esa horrible cosa que se llama «matar el tiempo». No me refiero a nadie ni quiero herir a nadie; no hablo de la realidad viva, sino del problema planteado sin solución.“
Pero si Lorca tan solo se hubiera remitido a reflejar las historias de la España rural, con aquella cultura opresiva de los años 30, tal vez su teatro se hubiera quedado en los niveles del costumbrismo. Lo que hace que la obra de Lorca sea inmortal, es la conjugación del drama, la poesía y el simbolismo. El teatro de Lorca mezcla la prosa con la poesía y la música. Va más allá de reflejar la realidad de manera cotidiana. Cuando sus personajes se expresan, el aire se llena de poesía. Se trata de la fusión del realismo más crudo, con un idioma particular, propio de un poeta exquisito.
En „Bodas de sangre“, mientras intentan dormir al niño, se produce el siguiente diálogo entre la suegra y la mujer:
SUEGRA- ¡No vengas! Detente, cierra la ventana
con rama de sueños
y sueño de ramas.
MUJER- Mi niño se duerme.
SUEGRA- Mi niño se calla.
MUJER- Caballo, mi niño tiene una almohada.
SUEGRA- Su cuna de acero.
MUJER- Su colcha de holanda.
SUEGRA- Nana, niño, nana.
MUJER- ¡Ay caballo grande
que no quiso el agua!
SUEGRA- ¡No vengas, no entres!
Vete a la montaña. Por los valles grises donde está la jaca.
MUJER (mirando)- Mi niño se duerme.
SUEGRA- Mi niño descansa.
MUJER (bajito)-
Duérmete, clavel,
que el caballo no quiere beber.
SUEGRA (levantándose, y muy bajito)- Duérmete, rosal.
que el caballo se pone a llorar.
Este es el estilo con que Lorca hace hablar a us personajes.
También el simbolismo es una parte importante de sus obras. Muchos de sus personajes llevan nombres como Angustia, Martirio o Prudencia.
También la reducción de los elementos que incluye en sus textos funcionan como símbolos potentes. La luna, el caballo, el agua, la sangre, el cuchillo, el gallo, el espejo o un bastón, pertenecen inequívocamente al universo lorquiano.
Muchos de sus personajes no llevan nombres. Se tratan de arquetipos y símbolos que la gente conoce: la suegra, el novio, la novia, la vecina, leñadores, mozos, la amiga.
Estos personajes carecen de una historia y una psicología particular, son funcionales a una trama, el público los conoce, porque así han de ser los vecinos, las suegras, los novios y las madres. Se trata de anónimos con un gesto social determinado, fácilmente decodificable para el espectador, que se reconoce en aquellas generalidades sin identidades propias.