Quisiera profundizar en algunos aspectos del teatro para niños, y completar así mi primer blog acerca de este tema.
Una de mis tesis en el primer blog era que el buen teatro para niños, es buen teatro para mayores. Estoy convencido que, salvo alguna excepción, que si no se lograra esto, es porque no se ha podido conseguir un buen resultado estético. La obra, con su consiguiente puesta en escena, tiene que poder interesar al público de la noche.
Creo que uno de los grandes problemas que tiene el teatro para niños, es la carencia de buenos críticos que publiquen artículos de nivel en la prensa. Si esto fuera así, se crearía un consenso más generalizado de que se trata de arte apto a partir de una determinada edad, y no de arte producido para una determinada edad. Tengo la suerte de conocer a algunos críticos especializados en teatro para niños que constituyen una excepción. Ojalá tuviéramos más de ellos. La mayoría, sin embargo, tiene una visión puramente didáctica de lo que debe ser el teatro para niños. Muchos de ellos acuden a las funciones con el llamado „niño de prueba“. Una aberración que parte del supuesto de que los niños son una masa uniforme, un colectivo que goza del mismo gusto, apegado a los mismos criterios estéticos, e interesado en los mismos contenidos, como si los niños hayan sido clonados en el mismo laboratorio. Si la obra que el crítico está viendo no le gusta al niño, escribirá por consiguiente una mala crítica, o al revés. Recientemente, en el estreno de una puesta mía para niños en Alemania, la dramaturgista me decía que el crítico encargado del teatro para niños no suele ir al estreno, porque le gusta ver las funciones para escuelas y quedarse luego a la charla que realiza el elenco con los espectadores. ¿Se imaginan a un crítico de arte viendo como reacciona la gente frente a Picasso, para hacer una crítica? Recuerdo que mi madre despotricaba de Picasso, porque decía que no lo entendía. ¿Se imaginan si el mencionado crítico de arte se guiara por la opinión de mi madre para escribir sus comentarios?
Antes decía que los niños no son un público uniforme. Efectivamente, la percepción que realizan los niños de una obra de arte, cambia notablemente, de acuerdo a la familia de donde vienen, el tipo de escuela, del entorno social, etc. ¿Acaso no hay también en el teatro para mayores un público para Boulevard, otro para teatro campesino, otro para el teatro arte, etc.? ¿Porqué esto debería ser distinto en cuanto a los niños? El problema es que la mayoría de las veces van llevados por la escuela sin tener en cuanta el gusto de cada uno.
Creo además que lo que podríamos llamar „el hábito estético“ tiene mucho más influencia en el teatro para niños que en el de mayores. Cuando los padres llevan a los niños al teatro, están convencidos que están haciendo algo para los niños. Se ven en la función de acompañante y quedan muy satisfechos si al niño le ha gustado el espectáculo, aunque a ellos le haya parecido un bodrio. Los padres no ven la obra, estudian más bien al niño, para comprobar a cada segundo si le gusta o si entiende.
Los padres, además, quieren que los niños vean el teatro para niños como lo vieron ellos hace unos 30 o 40 años. Los reyes con capa, corona y una barba blanca. El ilusionismo a ultranza. El problema es que el mundo cambia permanentemente. Recuerdo una puesta mía de „El libro de la selva“ en un teatro del norte de Alemania para la época de Navidad. Tuve la idea de poner la obra en una selva ciudadana. Debajo de un puente de la autopista, los lobos eran unos hippies que escuchaban a Bob Marley. El oso Baloo era un mendigo, la pantera un punk, etc. ¿Vaya escándalo que se armó! Cuando fui a la caja del teatro para recoger una entrada para un amigo que venía al estreno, encontré a la cajera desaconsejando a una madre comprar las entradas, diciendo que se fumaba marihuana en escena y que no tenía nada que ver con la película „el libro de la selva“. Era verdad, no tenía nada que ver. Hay una pretensión completamente arraigada de ver en el teatro lo mismo que se vio en la película. Está demás decir que se trata de una imposibilidad. El teatro será siempre una recreación de la vida, abstracta y estilizada. Durante el estreno, a cada final de escena, una parte del público aplaudía y la otra abucheaba. No recuerdo haber vivido una situación así en el teatro para mayores. He visto que muchos espectadores se retiraban, he visto abucheos durante el aplauso, pero no una lucha de gustos entre el público durante la función. Estoy convencido que se puede provocar más en el teatro para niños que en el teatro de mayores. Desde ya que mi intención no fue, ni sería nunca provocar, sobre todo en este género de teatro. Es verdad que en aquél momento desconocía lo que podría llegar a provocar en algunos espectadores alejarse tanto de la versión cinematográfica. Una vez que tuve conciencia, lo seguí haciendo, porque sé que es imposible competir con el cine a la hora de llevar a las tablas una obra que haya triunfado en la pantalla.
No hay que tener miedo de exigir a los niños contenidos de alto nivel. Los niños tienen una enorme capacidad de filosofar, que los mayores han perdido en la lucha por la sobrevivencia cotidiana. Los niños se cuestionan el mundo porque lo están conociendo. Siempre he quedado fascinado por las disertaciones que realizan después de una función.
El teatro para niños tiene también sus clásicos, aunque la edad de las obras no sea tan lejana como en el teatro para mayores. Muchos de ellas son obras que no nacieron como producción teatral, si no como literatura. Sin embargo comienza a haber cada vez más clásicos, aunque esas obras sean relativamente recientes. „Hilfe, die Herdmanns kommen“, la obra que trataremos en el próximo seminario online es una de ellas. Sin embargo, fue escrita en los años 70 y como la mayoría de los clásicos para niños, se trató de una obra literaria, no teatral.
Otro de los grandes problemas son los maestros. Ellos eligen las obras y llevan a los niños al teatro. Esto merece mis respetos. No es fácil ir con 30 niños al teatro viajando en trasporte público. Además corren el peligro de que salten las alarmas de los padres, cuando los niños les cuenten lo que vieron y a los padres no les parezca bien que sus hijos hayan visto algunos contenidos. Hoy los maestros viven muchas presiones de parte de los padres y no es fácil. Lo que observo es que la mayoría de los maestros tampoco pueden desprenderse de la visión didáctica que acompaña al teatro para niños. Para ellos el teatro debe ser la prolongación de la clase. El goce estético, la vivencia y las emociones no cuentan. Al final lo que cuenta es lo que se ha aprendido. Como en el colegio. Yo creo que por el contrario, en el teatro se goza y se reflexiona, no se aprende. Las historias interesantes son aquellas donde el espectador no puede tomar partido fácilmente, ya que hay una cantidad de causalidades y casualidades que provocan que los personajes se comporten de tal manera. Sería fantástico que en el teatro para niños, también se deje atrás la dualidad bueno y malo, héroe y villano.
„Hilfe, die Herdmanns kommen“ es un ejemplo de esto. Los Herdmanns, unos niños „malos y traviesos“, son temidos por todo el vecindario. En el momento en que se los incluye en las actividades de la comunidad, cambia la visión que se tenía sobre ellos y viceversa. En general se tiene miedo de lo que no se conoce. Esta es una de las reflexiones que nos propone la obra, y no tiene más valor didáctico que la mera reflexión. Quien quiera extraer del teatro mandamientos, se ha equivocado de edificio.